Pulentos es una serie animada chilena en 3D producida por la productora Tercer Hemisferio y emitida por Canal 13. La serie trata sobre un grupo musical infantil y virtual de hip-hop compuesto por 5 integrantes: Nea (voz), Barry (bajo), Benzo (mezcla de sonido), Ramón (scratch) y Walala (guitarra); incluyendo al perro del grupo llamado Jorge y al ratón Tom York. Ellos a través de su música buscan notoriedad.
Cada episodio de la serie se destaca por mostrar al final de este un vídeo musical de una canción del grupo virtual. Fuera del plano televisivo, el grupo se destaca por su popularidad en el público infantil, de tal forma que el grupo ha realizado recitales en vivo. A nivel de ventas, los discos del grupo, Pulentos y Pulentos 2, obtuvieron los niveles de Disco de Platino y Oro, respectivamente.[1] Dentro de la labor musical en la serie y en los discos se destaca la participación de Anita Tijoux, integrante del disuelto grupo Makiza, junto a otros músicos chilenos.[2]
Fue estrenada el 3 de septiembre de 2005, el mismo día que la serie animada Diego y Glot. Su segunda temporada fue estrenada en Canal 13 el 20 de octubre de 2006 en horario estelar.
La película de la serie, que será completamente animada en 2D, está confirmada para su estreno el 27 de diciembre de 2007.[3] Canal 13 confirmó que la tercera temporada de la serie está en producción.[4]
miércoles, 19 de diciembre de 2007
BARRABASES
El primer número salió el 26 de agosto de 1954, con 10.000 ejemplares, que se agotaron casi inmediatamente. Luego fue comprada por la editorial Zig-Zag, con la que fueron lanzados 171 números hasta 1962. Inicialmente en blanco y negro con periodicidad quincenal y para luego pasar ser semanal. En 1962 se imprime a 4 colores e incluye una fotonovela. Su segunda época fue con la editorial Quilmantú, y duró desde 1970 a 1975. Después tuvo otra época desde 1978 hasta 1980. La última y cuarta época, siendo su único dibujante y guionista el mismo Guido Vallejos, partió en 1989 y se mantiene hasta la fecha, saliendo a intervalos irregulares.
PAPELUCHO
Si es posible leer Papelucho a los 7 o a los 40 años con el mismo ánimo, es por su doble militancia. Por una parte es EL libro infantil que todo estudiante tuvo que leer y que los profesores de castellano (o lenguaje) ni se cuestionan en darlo como obligatorio. Por otra parte –y lo que le da vigencia y lo hace verdaderamente interesante- es una especie de novela engañosa que describe con sarcasmo a los adultos, que hace observaciones sobre la familia, el colegio, los amigos y la paternidad con filosa ironía.
Esa ambivalencia, era justamente la que Marcela Paz resguardó durante muchos años. Nunca vimos a Papelucho en un comercial ni dando consejos sobre la importancia de la lectura en carteles del Ministerio de Educación, porque lo que protegía la escritora, era la ambigüedad de un personaje que no podía tener otra personalidad que la que los lectores le dieran, a la edad que fuera.
Trasladar eso al cine, era un reto, eso está claro, pero no un imposible. Ejemplos de monos animados o películas infantiles con personajes complicados, divertidos y de personalidades bien dibujadas capaces de convencer a niños y padres hay bastantes.
Marcela Paz y el Papelucho original de Yola Huneeus
Otro reto era el técnico. Aunque reproducir al niño flaco, de piernas largas, significaba sumar más de 60 años de percepciones, tampoco era tan complicado porque más allá de los trazos simples de la figura que ilustraba las historias, el personaje era mucho más personalidad que imagen.
Puede ser cosa de expectativas, pero nadie esperaba una adaptación literal. Primero porque es imposible hacer un traslado fiel de un personaje que se construye en cada lectura, y segundo porque nadie esperaba una cinta que diera cuenta de las riquezas literarias que tienen los diálogos y monólogos del personaje, debido a la elección de Papelucho y el marciano, quizás el peor libro de la saga, lo que presuponía una orientación hacia la aventura colorinche y fantasiosa.
Pero más allá de estos retos, lo que no se le perdona a la cinta es la total liviandad (por no decir irresponsabilidad) con la que recrea el universo del personaje. Da la impresión que a Rojas y Cía. la historia se le va de las manos, que nunca pudieron encontrar el modo de relatarla para hacerla medianamente interesante.
La excusa más fácil sería decir que los niños de hoy son distintos que los de hace 60 años, que ahora es necesario digerirlo todo, hacerlo musical, rápido, corto y fulminante y que por eso la película se pasa en banda y después de una hora de haberla visto ya no recuerdas nada de ella. Pero es cosa de ir a cine acompañado de un par de sobrinitos para darse cuenta que en ningún momento los niños se sienten motivados, entretenidos o emocionados con la historia.
Papelucho en 2D y 3D
Las aventuras, el nudo emocional son inexistentes. Es una sumatoria de hechos que no juntan ni con cola fría. Los personajes secundarios, que en el libro son tan importantes como el mismo Papelucho, acá son casi un telón de fondo para justificar la franquicia, porque de la manera que está construida la cinta, da lo mismo si la protagoniza Arnold o Jimmy Neutrón.
El Papelucho del libro, a diferencia de lo que se cree, es mucho más complejo que un niño travieso y aventurero. Tiene dramas existenciales de esos que son terribles cuando se tiene 8 años, reflexiona con agudeza, lanza frases lapidarias mucho más profundas que un par de ipsoflatus y choriflais desperdigados, pero Rojas no da cuenta de ello, no repara en ningún punto de la cinta en la naturaleza del personaje.
Vale la pena preguntarse por qué un libro escrito hace 60 años es todavía leído y disfrutado y la respuesta es más simple de lo que se cree: es una historia bien contada, sin grandes pretensiones que retrata y dibuja con certeza el espíritu de cualquiera que tenga 8 años. Justamente esa reflexión está ausente en la película, como son difusas las decisiones estéticas, porque el juego de 3D o 2D sirve sólo para mostrar algo de pericia técnica en vez de aportar más riqueza al personaje y su historia.
No hay nostalgia alguna en Papelucho y el marciano. Cabe preguntarse qué diría Marcela Paz de este Papelucho hablando con acento mexicano, entrando a un Jumbo, tentado de tomar Coca–Cola que ve los letreros de cada esquina… incluso en Marte. A la pobre le daría un patatús.
Esa ambivalencia, era justamente la que Marcela Paz resguardó durante muchos años. Nunca vimos a Papelucho en un comercial ni dando consejos sobre la importancia de la lectura en carteles del Ministerio de Educación, porque lo que protegía la escritora, era la ambigüedad de un personaje que no podía tener otra personalidad que la que los lectores le dieran, a la edad que fuera.
Trasladar eso al cine, era un reto, eso está claro, pero no un imposible. Ejemplos de monos animados o películas infantiles con personajes complicados, divertidos y de personalidades bien dibujadas capaces de convencer a niños y padres hay bastantes.
Marcela Paz y el Papelucho original de Yola Huneeus
Otro reto era el técnico. Aunque reproducir al niño flaco, de piernas largas, significaba sumar más de 60 años de percepciones, tampoco era tan complicado porque más allá de los trazos simples de la figura que ilustraba las historias, el personaje era mucho más personalidad que imagen.
Puede ser cosa de expectativas, pero nadie esperaba una adaptación literal. Primero porque es imposible hacer un traslado fiel de un personaje que se construye en cada lectura, y segundo porque nadie esperaba una cinta que diera cuenta de las riquezas literarias que tienen los diálogos y monólogos del personaje, debido a la elección de Papelucho y el marciano, quizás el peor libro de la saga, lo que presuponía una orientación hacia la aventura colorinche y fantasiosa.
Pero más allá de estos retos, lo que no se le perdona a la cinta es la total liviandad (por no decir irresponsabilidad) con la que recrea el universo del personaje. Da la impresión que a Rojas y Cía. la historia se le va de las manos, que nunca pudieron encontrar el modo de relatarla para hacerla medianamente interesante.
La excusa más fácil sería decir que los niños de hoy son distintos que los de hace 60 años, que ahora es necesario digerirlo todo, hacerlo musical, rápido, corto y fulminante y que por eso la película se pasa en banda y después de una hora de haberla visto ya no recuerdas nada de ella. Pero es cosa de ir a cine acompañado de un par de sobrinitos para darse cuenta que en ningún momento los niños se sienten motivados, entretenidos o emocionados con la historia.
Papelucho en 2D y 3D
Las aventuras, el nudo emocional son inexistentes. Es una sumatoria de hechos que no juntan ni con cola fría. Los personajes secundarios, que en el libro son tan importantes como el mismo Papelucho, acá son casi un telón de fondo para justificar la franquicia, porque de la manera que está construida la cinta, da lo mismo si la protagoniza Arnold o Jimmy Neutrón.
El Papelucho del libro, a diferencia de lo que se cree, es mucho más complejo que un niño travieso y aventurero. Tiene dramas existenciales de esos que son terribles cuando se tiene 8 años, reflexiona con agudeza, lanza frases lapidarias mucho más profundas que un par de ipsoflatus y choriflais desperdigados, pero Rojas no da cuenta de ello, no repara en ningún punto de la cinta en la naturaleza del personaje.
Vale la pena preguntarse por qué un libro escrito hace 60 años es todavía leído y disfrutado y la respuesta es más simple de lo que se cree: es una historia bien contada, sin grandes pretensiones que retrata y dibuja con certeza el espíritu de cualquiera que tenga 8 años. Justamente esa reflexión está ausente en la película, como son difusas las decisiones estéticas, porque el juego de 3D o 2D sirve sólo para mostrar algo de pericia técnica en vez de aportar más riqueza al personaje y su historia.
No hay nostalgia alguna en Papelucho y el marciano. Cabe preguntarse qué diría Marcela Paz de este Papelucho hablando con acento mexicano, entrando a un Jumbo, tentado de tomar Coca–Cola que ve los letreros de cada esquina… incluso en Marte. A la pobre le daría un patatús.
ogu y mampato
Ogú y Mampato en Rapa Nui es, ante todo, una ecuación bien pensada, una suma de elementos calculados para la obtención de saldos positivos. La película se basa en una de las franquicias más populares del cómic chileno, inmortalizada en los '60 y '70 en las páginas de la revista Mampato con los guiones y dibujos de Themo Lobos, principal responsable de los viajes por el tiempo de este chico pelirrojo de clase media (Mampato) y su inseparable amigo cavernícola (Ogú).
Personajes arraigados en el inconsciente colectivo chileno y especialmente entre los hoy treinteañeros, muchos de ellos padres bien dispuestos a compartir con sus hijos esa vieja devoción recuperada con movimiento y sonido. La elección de Isla de Pascua como escenario de esta primera aventura cinematográfica (ya se habla de una secuela en camino) tampoco es gratuita: con sus moais, sus paisajes exóticos y su condición de territorio bajo soberanía nacional aparece como ideal pensando en la exportación de este proyecto de un millón de dólares encabezada por la empresa CineAnimadores, que en su empeño consiguió, entre otras cosas, un elenco de voces encabezado por los mexicanos Marina Rojas (Mampato) y Maynardo Zavala (Ogú), conocidos por hacer el doblaje en español de Bart y Homero Simpson.
Queda claro que por parte del director Alejandro Rojas y su equipo hay genuina admiración por el trabajo de Themo Lobos, que en la historia de 1971 adaptada para esta película cuenta cómo Mampato, intrigado por los secretos de la cultura Rapa Nui, utiliza su cinto espacio-temporal para viajar a la isla antes de la llegada del hombre blanco y en una época entregada al dictatorial dominio de un clan de arikis, mezcla de jefes guerreros y hechiceros. La lucha animada de Mampato, Ogú y Marama, la fiel pequeña amiga pascuense, contra el Gran Ariki y sus poderes sobrenaturales no se desvía del trazo aventurero impuesto por Lobos, evoca correctamente su talento de narrador y sus dotes de fabulista, aunque también se aleja con prudencia de la fuente de inspiración. Simplificando, obviando, puliendo en favor de las posibilidades técnicas y cinematográficas. Sin dejar el humor de lado, se agudizan los matices épicos del relato. También su afán didáctico, con rigor en la recreación de paisajes, vestimentas y tradiciones de estos isleños que, en medio de una colorida lucha entre buenos y malos, llegan a demostrar una lúcida desconfianza ante estos intrusos venidos del futuro y del pasado.
La comparación es tan inevitable como improductiva. Ogú y Mampato en Rapa Nui está a gran distancia de la marca impuesta por Disney, pero da la pelea con oficio y ambición. Animación de la vieja escuela y maquillaje digital para un producto facturado con nobles imperfecciones, cuyos afanes artísticos y comerciales (campaña de merchandising incluida) traen nuevos aires al laboratorio fílmico chileno. El experimento invita a seguir pensando en grande en materia de animación y, siguiendo el espíritu del inquieto Mampato, apuesta que hay un mundo para seguir explorando.
Personajes arraigados en el inconsciente colectivo chileno y especialmente entre los hoy treinteañeros, muchos de ellos padres bien dispuestos a compartir con sus hijos esa vieja devoción recuperada con movimiento y sonido. La elección de Isla de Pascua como escenario de esta primera aventura cinematográfica (ya se habla de una secuela en camino) tampoco es gratuita: con sus moais, sus paisajes exóticos y su condición de territorio bajo soberanía nacional aparece como ideal pensando en la exportación de este proyecto de un millón de dólares encabezada por la empresa CineAnimadores, que en su empeño consiguió, entre otras cosas, un elenco de voces encabezado por los mexicanos Marina Rojas (Mampato) y Maynardo Zavala (Ogú), conocidos por hacer el doblaje en español de Bart y Homero Simpson.
Queda claro que por parte del director Alejandro Rojas y su equipo hay genuina admiración por el trabajo de Themo Lobos, que en la historia de 1971 adaptada para esta película cuenta cómo Mampato, intrigado por los secretos de la cultura Rapa Nui, utiliza su cinto espacio-temporal para viajar a la isla antes de la llegada del hombre blanco y en una época entregada al dictatorial dominio de un clan de arikis, mezcla de jefes guerreros y hechiceros. La lucha animada de Mampato, Ogú y Marama, la fiel pequeña amiga pascuense, contra el Gran Ariki y sus poderes sobrenaturales no se desvía del trazo aventurero impuesto por Lobos, evoca correctamente su talento de narrador y sus dotes de fabulista, aunque también se aleja con prudencia de la fuente de inspiración. Simplificando, obviando, puliendo en favor de las posibilidades técnicas y cinematográficas. Sin dejar el humor de lado, se agudizan los matices épicos del relato. También su afán didáctico, con rigor en la recreación de paisajes, vestimentas y tradiciones de estos isleños que, en medio de una colorida lucha entre buenos y malos, llegan a demostrar una lúcida desconfianza ante estos intrusos venidos del futuro y del pasado.
La comparación es tan inevitable como improductiva. Ogú y Mampato en Rapa Nui está a gran distancia de la marca impuesta por Disney, pero da la pelea con oficio y ambición. Animación de la vieja escuela y maquillaje digital para un producto facturado con nobles imperfecciones, cuyos afanes artísticos y comerciales (campaña de merchandising incluida) traen nuevos aires al laboratorio fílmico chileno. El experimento invita a seguir pensando en grande en materia de animación y, siguiendo el espíritu del inquieto Mampato, apuesta que hay un mundo para seguir explorando.
http://www.youtube.com/watch?v=beUbKZTUOA8
condorito
Condorito y su perro Washington. Estatua en parque "Esculturas de comic en San Miguel".
Condorito es un personaje de historieta chileno muy popular en Hispanoamérica. El personaje es representado como un hombre-cóndor (en alusión al escudo nacional de Chile) que vive en una ciudad ficticia llamada Pelotillehue y pese a que fue creado por el dibujante chileno René Ríos (mejor conocido como "Pepo"), muchos otros países latinoamericanos consideran erróneamente al personaje como originario de su propia cultura.
Empezó en 1949 con una tira cómica en la revista Okey. En 1955 se edita el primer libro de Condorito, recopilando todas las tiras publicadas a la fecha. Desde mediados de la década de 1950 hasta comienzos de la década de 1980 se editó en forma de revista trimestral, llamada "Condorito", la que desde 1983 hasta la fecha, se edita en forma mensual/quincenal. También aparecen "Libros gigantes de Oro" mensuales, con chistes clásicos y Ediciones Bimensuales "especiales".
Su formato es de chiste, donde cada pequeña historia es independiente del resto, y tiene siempre un final cómico. Una característica peculiar de la tira cómica, es que al final de cada historia, uno o varios personajes caen al suelo tras ser víctimas de una situación vergonzosa o estúpida, acompañado esto de la onomatopeya "¡PLOP!". También suele terminar con un "¡Exijo una explicación!" por parte de Condorito cuando las cosas no le salen bien.
Los estilos cómicos que predominan en Condorito son el humor blanco y la sátira. La edición es muy cuidada para que no aparezcan groserías, obscenidades o alguna referencia muy marcada al mundo real. El humor blanco se genera de situaciones que se resuelven de una manera ridícula o extraordinaria.
Existe un monumento a este personaje junto a su mascota Washington en el parque del Llano Subercasseaux, en Gran Avenida, Santiago de Chile, el primero de una serie de monumentos de un proyecto de la década de 1990, de un "Parque de las historietas". Este proyecto fue dirigido por el escritor chileno Omar Pérez Santiago, a través del Centro Nacional de Cómics. )
Suscribirse a:
Entradas (Atom)