Si es posible leer Papelucho a los 7 o a los 40 años con el mismo ánimo, es por su doble militancia. Por una parte es EL libro infantil que todo estudiante tuvo que leer y que los profesores de castellano (o lenguaje) ni se cuestionan en darlo como obligatorio. Por otra parte –y lo que le da vigencia y lo hace verdaderamente interesante- es una especie de novela engañosa que describe con sarcasmo a los adultos, que hace observaciones sobre la familia, el colegio, los amigos y la paternidad con filosa ironía.
Esa ambivalencia, era justamente la que Marcela Paz resguardó durante muchos años. Nunca vimos a Papelucho en un comercial ni dando consejos sobre la importancia de la lectura en carteles del Ministerio de Educación, porque lo que protegía la escritora, era la ambigüedad de un personaje que no podía tener otra personalidad que la que los lectores le dieran, a la edad que fuera.
Trasladar eso al cine, era un reto, eso está claro, pero no un imposible. Ejemplos de monos animados o películas infantiles con personajes complicados, divertidos y de personalidades bien dibujadas capaces de convencer a niños y padres hay bastantes.
Marcela Paz y el Papelucho original de Yola Huneeus
Otro reto era el técnico. Aunque reproducir al niño flaco, de piernas largas, significaba sumar más de 60 años de percepciones, tampoco era tan complicado porque más allá de los trazos simples de la figura que ilustraba las historias, el personaje era mucho más personalidad que imagen.
Puede ser cosa de expectativas, pero nadie esperaba una adaptación literal. Primero porque es imposible hacer un traslado fiel de un personaje que se construye en cada lectura, y segundo porque nadie esperaba una cinta que diera cuenta de las riquezas literarias que tienen los diálogos y monólogos del personaje, debido a la elección de Papelucho y el marciano, quizás el peor libro de la saga, lo que presuponía una orientación hacia la aventura colorinche y fantasiosa.
Pero más allá de estos retos, lo que no se le perdona a la cinta es la total liviandad (por no decir irresponsabilidad) con la que recrea el universo del personaje. Da la impresión que a Rojas y Cía. la historia se le va de las manos, que nunca pudieron encontrar el modo de relatarla para hacerla medianamente interesante.
La excusa más fácil sería decir que los niños de hoy son distintos que los de hace 60 años, que ahora es necesario digerirlo todo, hacerlo musical, rápido, corto y fulminante y que por eso la película se pasa en banda y después de una hora de haberla visto ya no recuerdas nada de ella. Pero es cosa de ir a cine acompañado de un par de sobrinitos para darse cuenta que en ningún momento los niños se sienten motivados, entretenidos o emocionados con la historia.
Papelucho en 2D y 3D
Las aventuras, el nudo emocional son inexistentes. Es una sumatoria de hechos que no juntan ni con cola fría. Los personajes secundarios, que en el libro son tan importantes como el mismo Papelucho, acá son casi un telón de fondo para justificar la franquicia, porque de la manera que está construida la cinta, da lo mismo si la protagoniza Arnold o Jimmy Neutrón.
El Papelucho del libro, a diferencia de lo que se cree, es mucho más complejo que un niño travieso y aventurero. Tiene dramas existenciales de esos que son terribles cuando se tiene 8 años, reflexiona con agudeza, lanza frases lapidarias mucho más profundas que un par de ipsoflatus y choriflais desperdigados, pero Rojas no da cuenta de ello, no repara en ningún punto de la cinta en la naturaleza del personaje.
Vale la pena preguntarse por qué un libro escrito hace 60 años es todavía leído y disfrutado y la respuesta es más simple de lo que se cree: es una historia bien contada, sin grandes pretensiones que retrata y dibuja con certeza el espíritu de cualquiera que tenga 8 años. Justamente esa reflexión está ausente en la película, como son difusas las decisiones estéticas, porque el juego de 3D o 2D sirve sólo para mostrar algo de pericia técnica en vez de aportar más riqueza al personaje y su historia.
No hay nostalgia alguna en Papelucho y el marciano. Cabe preguntarse qué diría Marcela Paz de este Papelucho hablando con acento mexicano, entrando a un Jumbo, tentado de tomar Coca–Cola que ve los letreros de cada esquina… incluso en Marte. A la pobre le daría un patatús.
Esa ambivalencia, era justamente la que Marcela Paz resguardó durante muchos años. Nunca vimos a Papelucho en un comercial ni dando consejos sobre la importancia de la lectura en carteles del Ministerio de Educación, porque lo que protegía la escritora, era la ambigüedad de un personaje que no podía tener otra personalidad que la que los lectores le dieran, a la edad que fuera.
Trasladar eso al cine, era un reto, eso está claro, pero no un imposible. Ejemplos de monos animados o películas infantiles con personajes complicados, divertidos y de personalidades bien dibujadas capaces de convencer a niños y padres hay bastantes.
Marcela Paz y el Papelucho original de Yola Huneeus
Otro reto era el técnico. Aunque reproducir al niño flaco, de piernas largas, significaba sumar más de 60 años de percepciones, tampoco era tan complicado porque más allá de los trazos simples de la figura que ilustraba las historias, el personaje era mucho más personalidad que imagen.
Puede ser cosa de expectativas, pero nadie esperaba una adaptación literal. Primero porque es imposible hacer un traslado fiel de un personaje que se construye en cada lectura, y segundo porque nadie esperaba una cinta que diera cuenta de las riquezas literarias que tienen los diálogos y monólogos del personaje, debido a la elección de Papelucho y el marciano, quizás el peor libro de la saga, lo que presuponía una orientación hacia la aventura colorinche y fantasiosa.
Pero más allá de estos retos, lo que no se le perdona a la cinta es la total liviandad (por no decir irresponsabilidad) con la que recrea el universo del personaje. Da la impresión que a Rojas y Cía. la historia se le va de las manos, que nunca pudieron encontrar el modo de relatarla para hacerla medianamente interesante.
La excusa más fácil sería decir que los niños de hoy son distintos que los de hace 60 años, que ahora es necesario digerirlo todo, hacerlo musical, rápido, corto y fulminante y que por eso la película se pasa en banda y después de una hora de haberla visto ya no recuerdas nada de ella. Pero es cosa de ir a cine acompañado de un par de sobrinitos para darse cuenta que en ningún momento los niños se sienten motivados, entretenidos o emocionados con la historia.
Papelucho en 2D y 3D
Las aventuras, el nudo emocional son inexistentes. Es una sumatoria de hechos que no juntan ni con cola fría. Los personajes secundarios, que en el libro son tan importantes como el mismo Papelucho, acá son casi un telón de fondo para justificar la franquicia, porque de la manera que está construida la cinta, da lo mismo si la protagoniza Arnold o Jimmy Neutrón.
El Papelucho del libro, a diferencia de lo que se cree, es mucho más complejo que un niño travieso y aventurero. Tiene dramas existenciales de esos que son terribles cuando se tiene 8 años, reflexiona con agudeza, lanza frases lapidarias mucho más profundas que un par de ipsoflatus y choriflais desperdigados, pero Rojas no da cuenta de ello, no repara en ningún punto de la cinta en la naturaleza del personaje.
Vale la pena preguntarse por qué un libro escrito hace 60 años es todavía leído y disfrutado y la respuesta es más simple de lo que se cree: es una historia bien contada, sin grandes pretensiones que retrata y dibuja con certeza el espíritu de cualquiera que tenga 8 años. Justamente esa reflexión está ausente en la película, como son difusas las decisiones estéticas, porque el juego de 3D o 2D sirve sólo para mostrar algo de pericia técnica en vez de aportar más riqueza al personaje y su historia.
No hay nostalgia alguna en Papelucho y el marciano. Cabe preguntarse qué diría Marcela Paz de este Papelucho hablando con acento mexicano, entrando a un Jumbo, tentado de tomar Coca–Cola que ve los letreros de cada esquina… incluso en Marte. A la pobre le daría un patatús.
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